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EL PROFESOR Y LA ALUMNA PARTE FINAL

A
alexandretta1
23/10/17 a las 3:07

CONTINUACIÓN...

su boca bajo hasta la punta de sus dedos y también los beso dulcemente, mientras sus manos acariciaban con delicadeza y galantería la extensión de aquel pedestal femenino que se entregaba prendado. Alejandra se enderezó y tomo su cabeza por la nuca atrayéndola a su pecho y le abrazo con ardor y beso sus cabellos, mientras el sintió la calidez de su regazó y pudo escuchar el ritmo acompasado de su corazón acelerado. David levantó su cabeza y volvió a besar sus labios en apasionadas y acaloradas caricias de bocas enamoradas, sus manos tomaron su blusa y la levantaron de manera rápida. Alejandra levantó sus brazos para facilitar que quedará fuera de ella. Sus cabellos cayeron desordenados sobre su rostro, mientras él retiro su corbata y se quitó la camisa. David se levantó y la tomo a ella sujetándola del talle y se fundieron en un abrazo de fuego, de lumbre y de pasión, de unión de seres, de esencias y fragancias, donde las horas no importan, donde el tiempo se detiene y no existe algo más alrededor y volaron en su firmamento de luz y de horizontes, de nubes y brisas, de sol esplendoroso en brillos de amor. Él águila, ella paloma enamorada. El sostén cayó dejando libres esos montes gemelos coronados de cúspides rosas, elevadas y excitadas y endurecidas por las sensaciones voluptuosas del momento, y la cerradura del secreto del pecho femenino fue abierta dejando al descubierto el ansia enamorada de una mujer que se entrega a quien eligió para mostrase en la verdad apasionada. La falda y el pantalón cayeron y quedaron enredados a los tobillos de sus dueños, mientras las manos comenzaron más osadas, libres y envalentonadas a explorar las siluetas, los relieves y las curvas de los cuerpos que se entregan, conociendo los secretos de la privacidad individual que forma cada persona. Las manos de David se cerraron ávidas y hambrientas sobre sus pechos en caricias circulares y pronto los labios viriles y sensuales se posaron sobre aquellos capullos que se ofrecían. Su lengua lamia tierna y apasionada aquellas partes del cuerpo femenino, mientras leves quejidos brotaron de la garganta de ella, desahogando así al alma aprisionada. David beso su cuello, en besos tiernos y fugaces, casi un leve toque y pudo aspirar su perfume que se mezclaba con el sudor transpirado, recorriendo la curva que se forma con el hombro. Ella comenzó acariciar aquel pecho de hombre y bajo lentamente hasta al abdomen, mientras sus dedos traviesos comenzaron a introducirse en el resorte de su calzoncillo, pronto llegaron a la meta de su recorrido y se posaron en aquel faro que orgulloso ya estaba erguido y comenzaron a acariciarlo en recorridos de ida y vuelta, arremangando y soltando la piel de ese instrumento de amor y de pasión, dispuesto a penetrar en los secretos interiores de ella. El aroma de esta virilidad subió hasta el olfato de ella, llegando a su cerebro y despertando su ansia de sexo. La caricia de ella comenzó a ser más frenética, mientras el dejó escapar un gemido y comenzó a pronunciar en el oído de ella su nombre. El terminó de quitarse esta prenda y le quito el liguero y la pantaleta a ella y la última media de manera embrutecida por la excitación carnal que experimentaba. El calzado de ella que faltaba por retirar hace rato que se había perdido en el frenesí de la batalla. Él se quitó su calzado y sus calcetines y por fin ambos quedaron sin ninguna atalaya de tela que cubriera sus cuerpos y se contemplaron avivando aquel fuego, aquella fragua, aquella hoguera por la visión que sus ojos experimentaba. Él pudo ver aquel monte de venus con sus vellos oscuros formando un delicado triangulo, que era una invitación a la veneración, a la adoración perpetua, pero al mismo tiempo a la ternura, a querer proteger esa frágil parte y a guardarla y cuidarla para la eternidad.  Ella contempló esa maraña salvaje de vellos que agresivos se desplegaba y aquella lanza hinchada y que desafiaba altiva y altanera a la gravedad que gobierna a los cuerpos en la tierra, gruesa y morena, casi negra dispuesta a librar la contienda para la cual fue desencadenada. Él la tomó y casi en un empujón la colocó de espaldas en el sofá y sin reparo alguno separó sus piernas dejando al descubierto el canal de su intimidad, el túnel que tibio y humedecido esperaba realizar lo que por naturaleza fue creado. Ella sintió pudor al experimentar que sus extremidades eran separadas de esa manera tan invasiva, pero la pasión así es, agresiva, arrolladora, guerrera y provocadora, no es tierna, no es delicada, no es educada, simplemente toma lo que reclama sin miramientos, sin concesiones. Él se colocó sobre ella dejando el peso de su cuerpo en sus rodillas y en sus brazos extendidos para que ella pudiera seguir trabajando en su entrepierna, mientras más besos eran dados, como si de una guerra se tratara, unos iban y otros regresaban en un bombardeo incesante, en una contienda encarnecida, pero que en la que no había ganador sino entrega. Pronto las manos de ella que se posaban en la virilidad de él dirigieron a este instrumento de amor carnal a la entrada de su cueva, colocando su punta en los labios exteriores de ésta, cargados de voluptuosidad y de deseo. Ella cerró sus piernas alrededor de las caderas de él y de un empujón con los talones de sus pies puestos sobré las nalgas de David, hizo que aquel ariete penetrara invasor y victorioso dentro de ella. Los gemidos brotaron de ambas gargantas como si de un himno se tratara, como si fuera un coro que ensaya sus tonadas y que al unísono buscan la armonía entre ellas. Alejandra pronunciaba él, David pronunciaba ella. La violenta irrupción de la virilidad de David rompió sin piedad la muralla que defendía el interior de ella convirtiéndola por primera vez en mujer. Un ardor recorrió el interior de Alejandra, y el dolor y el placer se mezclaron en un beso fugaz de amistad, haciendo que de los ojos de ella brotaran lagrimas por la intensidad del suplicio-placer, del gozo-dolor. La cadera de David se movía lenta y delicadamente, mientras sus respiraciones se afanaban, y la cadencia en el ritmo comenzó a aumentar gradualmente, mientras más gemidos llenaban el ambiente, pronto la cadera de él tomó un ritmo más acelerado, haciendo que la pelvis de ambos chocara violentamente generando el sonido de aplauso a la oda de amor que se estaba dando. Ella comenzó a generar más fluidos que brotaban de su interior, lubricando su canal de amor que se mezclaba con la sangre que brotaba. Los olores de almizcle se elevaron y penetraron en las narices de ambos. Los cuerpos se bañaron de sudor y los aromas se unieron en una misma sinfonía. Por la frente de David caía sin tregua obligándolo a cerrar los ojos mientras con la palma de su mano trataba de limpiarlo y quitarlo de ellos. Sus pechos parecían como si hubieran estado dentro de una alberca, pero era la transpiración de su esfuerzo y de sus cuerpos fatigados. David entraba y salía mientras sentía la tibieza y la humedad vaporosa de ella y ella sentía el miembro de David picando su interior enardecido. El clímax llegó y la explosión de simiente brotó tibia y abundantemente de él, desbordándose dentro de ella, provocando un calor abrazador en la pelvis de Alejandra, haciendo que de ella brotara también su clímax enamorado, mientras de su garganta brotaban gritos alocados y su rictus se contraía y sus ojos se cerraban en la terminación del acto sexual en el que ambos se habían entregado. Las respiraciones se relajaron y él se posó sobre ella dejando caer el peso de su cuerpo en el de ella, ambos agotados, ambos extenuados. Mientras ella cerraba sus brazos entorno a la cabeza de él y acariciaba su peló humedecido. Todo había terminado, todo estaba consumado.  Aquella danza había finalizado y aquellos seres habían sido uno en ese momento, se habían entregado y compartido sus cuerpos, sus sensaciones, sus sentimientos. Ahora que iba a pasar pensó Alejandra, pero en el fondo de su corazón no le importaba. Mañana será otro día, cada día trae sus propios problemas. Ella supo inmediatamente que su querido profesor iba a elegir a su familia sobre aquella alumna tonta y mimada, sabía que ella no podía competir con el amor de la esposa y la hija a la cual pertenecía aquel hombre que estaba albergado en su interior, que no podía competir con las historias, lágrimas y luchas con que habían formado su hogar y engendrado a su hija. Alejandra supo que al salir de aquella oficina todo habría pasado y que sus manos estarían vacías. Pero no importaba porque aquella experiencia, la experiencia de su primera vez la guardaría en el interior de su corazón y eso nadie podría quitárselo y sería un dulce recuerdo que se llevaría a la tumba.

Fin.

​Historia basada en la idea original de Enredado70, miembro de este foro.

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