Gente corriente
Gente corriente la que sufre en Beslan, en Bagdad, en Faluja, en Sudán, en Jerusalén, en Gaza, en Madrid, en Nueva York, en Chechenia, en Katmandú, en Haití, o en ... . Unas veces a causa del terror, otras de una guerra injusta (¿hay guerras justas?), otras por el hambre, otras por la furia desatada de los elementos, o por la combinación satánica de todas ellas.
Gente corriente, principalmente la del mal llamado tercer mundo, que casi nunca puede preguntarse el porqué de las cosas, ya que simplemente las cosas son así, dramáticas, sin sentido y casi sin esperanza, que el único problema al comienzo de cada jornada es poder llegar al final de la misma, al menos igual que como se ha iniciado. Gente corriente que nada puede perder, puesto que nada tiene. Gente corriente que asalta los camiones llenos de ayuda humanitaria que hemos llenado nosotros para lavar nuestra mala conciencia. Gente corriente cuyos dirigentes han abdicado, hace décadas por no decir siglos, de sus obligaciones más elementales para con sus congéneres y han preferido las mieles de nuestros también mal llamado primer mundo.
Gente corriente que ante el drama que están viviendo empiezan a preguntarse hasta cuándo, sobre todo a partir del momento que la globalización les ha permitido asistir, vía satélite, al espectáculo del despilfarro glamoroso, inconsciente e insensato, y del cual exigen también participar, aunque sea llegando en patera. Un mundo en el cual estamos instalados, los que hemos tenido la fortuna de nacer o alcanzar, materialista y alienante, falso paraíso cuyo único dios verdadero es el becerro de oro (que mucho nos tememos, sea una figura de plástico, recubierta de una purpurina, made in China). Un mundo en el que a su vez, a la gente corriente se la intenta convencer que lo mejor es tener en vez de ser, aún a costa de dejar la salud si es necesario.
No es de extrañar, por tanto, que mucha de esta gente corriente, a la que los evangelios les asignó el reino de los cielos como su futura posesión, sea presa de la desesperación y del odio hacia todo lo que representa la causa de su miseria en esta vida, y escoja una opción, la del fanatismo, que lleva a la venganza rápida y ciega y al mismo tiempo la lleve a su paraíso prometido. Odio que su vez genera odio y ensancha el abismo que nos separa a los unos de los otros. Tampoco es extraño que cuando la vida nos muestra su auténtica realidad, digamos ¡basta! y queramos replantear nuestra su trayectoria. Lo malo es que muchas veces es demasiado tarde.
Alguien, con dos dedos de frente, ha dicho que el hambre es la primera arma de destrucción masiva y la principal causa del terrorismo. ¿Cuántas calamidades más tendremos que contemplar hasta que tomemos conciencia de ello, nosotros los que formamos a nuestra vez parte de esta gente corriente, que solo aspira a vivir con un poco de dignidad?
Ya no se trata de ir a buscar el origen de las causas, sino de buscar soluciones y una de ellas es ver cual es nuestra situación, el porqué de nuestra insatisfacción y, de rebote, la de los demás. ¿Qué es lo que nos falta en nuestras vidas y que es lo que sobra? Gandhi decía que si tienes dos camisas y solo utilizas una, eres un ladrón. Por ahí pueden ir los tiros
(Taranná)
