Diana Krall entrando en esta ausencia. Una vez más las afueras de mi ciudad
hallan su perfecta banda sonora, sus impronunciables versos del capitán. La vida
sin vuelo se convierte en un horizonte desparramado y ajeno, en una reseña
literaria y vacía de la cotidianeidad. Fumo.
Instantes. 11:26. Jueves. 21 de abril de 2005. Mantengo fija la mirada en la
pantalla del ordenador a la espera de las musas. Parpadea el cursor en un tono
amarillo sobre un fondo azulado. Espero.
La otra noche hubo un tiroteo por el centro y descubrí que no tengo madera de
héroe, que todas las novelas de género no me sirvieron de mucho ante el sonido
nada cinematográfico de un cargador vaciándose. Hay que tenerlos bien puestos
para no abandonar el barco a las primeras de cambio, para no gritar cuerpo a
tierra y poner pies en polvorosa. Después, sirenas de policía, histeria. Y no
apareció Sam Spade por ningún lado. Cobardías.
Le estoy perdiendo el pulso a la actualidad. No puedo seguir el ritmo de
teletipo y titular de la modernidad. Pareciera que no hay más ideal que una
cartera repleta y una línea continua de coca para no eyacular. Irremediablemente
nos hemos vendido al peor postor: nosotros mismos. Vértigo.
Pero qué ... Un primer plano no hay quien lo resista. Abramos cámara y
contemplemos el agua bajo el puente, la lluvia, el bulevar solitario, un sol
atardecido. Perspectiva.
Un piano, un contrabajo y una batería. Esto es, Dios en estado puro. Música.
12:16. No tengo letra para este tango. Silencio.
Se quedó sin gas el encendedor y trajo el azar un recuerdo de infancia, un olor
primaveral de salitre y naranjo. Nostalgia.
9:47. Viernes. 22 de abril de 2005. Bloc de notas. Pasan los días. Y se pierden
al este del edén junto con todo lo que Steinbeck nunca quiso decirnos. Todas las
mañanas alguien termina una novela que acaba en la papelera. En fin, todas las
mañanas hay que cumplir con el horario laboral. Desidia.
No llueve. Y me jode. Porque al menos así tendría más sentido esta melancolía.
Los veleros de mi ciudad están amarrados a puerto. Es todo un espectáculo
contemplar la bahía. Gaviotas.
Repican las campanas. Y sabe a gloria esta cerveza bien fría. Antes dije que es
un espectáculo la bahía. Pues no. Lo que de verdad merece un soneto de Quevedo
son las piernas de la mujer morena sentada en la mesa de al lado. Deseo.
10:26. Los miedos están aquí. No pasa el tiempo para ellos. No pasa. Duele
pensar en ello. Y me refugio en la voz de Rosana. Si yo fuera tu amante entra en
el pecho y, aunque no diluye el miedo, si embebe en almíbar los caprichos del
alma, los pequeños ensueños en que enredamos la vida, la callada libertad con la
que a veces pronunciamos un nombre. Dulzura.
Saint-Exupéry surca el cielo nuevamente y Giono está enterrado entre los surcos
de un huerto. Y yo ando a tientas por el suelo, sobre una tierra infirme y
volátil. Pero andamos, que no es poco. Caminos.
11:00. Nada.
10:50. Lunes. 25 de abril de 2005. Apuro el último sorbo de café y admito la
derrota que han tomado estas palabras. Y advierto que con la poca
instrumentación de a bordo a la deriva es el único destino posible. Estelas.
11:13. Parpadea el cursor en la pantalla y los altavoces proclaman que Sabina
vive en el número siete. La mañana viene con restos de bolero y un optalidón. La
mañana no repara en gastos cuando de luz se trata. Ventanas.
10:21. Martes. 26 de abril de 2005. Esta pasada madrugada ha muerto Sindy, el
pequeño gatito que llevaba cuatro días en casa. Ha sido un accidente. Un acto
del azar que ha veces juega demasiado en serio y reclama con sangre sus deudas
de juego. No me acostumbro a los sobresaltos de la fatalidad, y sospecho que
estaré ajeno a los caprichos del olvido que sin duda llegará cuando menos lo
esperemos. Desolación.
Boccherini para apaciguar la certeza de que no somos más que una fugacidad
insolente empeñada en cobrar un sentido que apunta al sinsentido.
11:14. He puesto el Réquiem de Victoria. Soy un jodido sentimental. Un
sentimental que necesita del sustento de Dios para entenderse, para creerse,
para habitarse. La muerte, con esa entrada en escena tan obscena y rotunda, me
ha desabrigado hasta los tuétanos. Desnudez.