Hoy el azar quiso que conociese
el triste destino
de una madre, hermana e hija,
una mujer normal, como todas,
y como todas también,
extraordinaria y única.
Supe que tropezó
metió el pié en el andén
y se produjo una lesión.
Dejó para otro día
sin mayor preocupación
el que le hiciesen una cura.
Más esa lesión sería
el despunte del final de su vida,
el cristal por el que descubrió
que su mal era mayor.
Hace pocos meses de esto,
unos días ya
que en silencio nos dejó.
Con paso firme, me han contado,
templanza
y una sonrisa en los labios.
Tenía 40 años
apenas la conocía
nos saludábamos en el portal,
a echarme una mano,
a veces, se ofrecía
esa mano rechacé,
una, dos veces,
no sé cuántas,
lo hice con gesto amable,
un esfuerzo en mantener distancia
aderezado con una pizca de simpatía.
Impedí el surgir de unas risas,
tomar un café,
compartir un cigarro,
charlar en el parque,
mientras los niños
se salpicaban de barro.
Pudimos ser amigas
o su hija de la mía;
Ellas aún pueden serlo
es curioso, pero
ahora que ella no está
esa amistad me planteo