Ningún Dios
posee cabezas
que dividan
el poder
de tu razón,
no hay hachas
que traguen
la concepción
de tus verbos
o la castidad
de tu cuerpo
que al negarse
fecunda la tierra.
...
los olivos
se inclinan,
reverencian
la égida
que en tus manos
es piel protectora
y tú eres
gritos que emergen,
ecos que desde el horizonte
derriban montañas.
Promacos,
desde las tinieblas
se abren los ojos
a la sabiduría,
son búhos
que se posan
en tu hombro
y tejen el espacio
en el que elevas a los héroes.
Ya no hay niños
en las batallas
que a lo lejos
se consuman,
pues tu palabra, Atenea,
no comprende infancias,
sólo se enlaza
en esencias
que encaminan
a los espíritus
hacia la victoria.