La suave brisa del alba levantaba el polvo dorado que bailaba al ritmo del tam-tam sobre los rayos horizontales del poderoso sol africano, mientras la sabana iniciaba los ritos ancestrales de la ceremonia del "gran cazador". En medio de la multitud, Sunay no dejaba de admirar las diferencias entre los representantes de cada tribu que habían viajado desde muy lejos cargando con los trajes y los emblemas de su etnia. Aunque ninguno había recorrido ni la mitad del camino de Sunay ni poseía tanta riqueza como ella que no llevaba nada.
Hacía siete días que se habían ido, partiendo al amanecer desde ese mismo recodo del río, dos de los mejores cazadores de cada tribu y el sol, que fijaría desde su cenit el fin del plazo, aumentaba con su lento ascenso el calor y la tensión. En la concurrida orilla, los corazones latían más fuerte que el tam-tam y llamaban más alto a los rezagados, hasta que la sombra del palo sólo fue un punto sobre la tierra seca y se hizo el silencio.
Todos los cazadores habían vuelto y descansaban en cuclillas detrás de sus recientes trofeos. La suerte estaba echada y progresivamente el silencio se fue convirtiendo en murmullo y el murmullo en alboroto cuando cada tribu empezó a halagar la piel, las garras y los colmillos de las presas de sus cazadores. Pero la caza era sólo la primera prueba, ahora habrían de saber contarla.
Los cazadores estaban dispuestos a relatar sus hazañas a los que habían sabido esperar y como contar lleva su tiempo, entre sustos y risas, pasaron volando tres memorables días. Decían cómo habían tenido que dejar hasta la vuelta, su compañero herido al resguardo en un árbol o en una cueva para seguir dando caza al león, al leopardo, al tigre o al elefante y el último cazador contó como al no encontrar ningún árbol ni cueva dejó huir la presa y volvió con el herido a cuestas.
El ganador, que había matado al gran elefante, recibió presentes y homenajes de los miembros de cada tribu. Pero Sunay que pensaba que cada uno bien puede decidir cual es su ganador y que no tiene por que coincidir con la mayoría, eligió al cazador que había preferido cargar con un hombre vivo en lugar de un animal muerto y le regaló lo único que tenía, su historia.
Le contó la belleza que existe en las diferencias si hay igualdad, la sensibilidad de los hombres y el valor de las mujeres y la solidaridad entre los seres humanos. Seguía hablando y no sólo la escuchaba su cazador sino también el que habían elegido los demás y él pensaba que un hombre no debe medirse por el tamaño de sus presas sino que matar sólo tiene sentido para poder vivir y él mismo eligió como ganador al que no había cazado nada.
Pero ya pocos coincidían en su elección y entre desacuerdos seguía la fiesta, sin que nadie ganase o perdiese la discusión. Sunay se quedó relatando las historias que le pedían, hasta que no tuvo nada que contar y entonces se fue y siguió viajando hasta encontramos.
101 besos para los que sitúan en su escala de valores la solidaridad muy por encima de la competitividad
Lolita