Emergeré apacible en el mundo del sueño,
con el rostro azotado por nieblas fantasmales;
y vagaré en el cielo, cubierto de silencio,
llevando entre mis ojos las hogueras de antes.
No tendré ya la fiera potencia de los rayos
que dan a las tormentas segundos abusivos;
y dejan la corteza, blanda, de los pantanos;
envuelta entre los gritos de árboles caídos.
No seguiré la noche con horribles jaurías
de colmilludos astros y lunas descompuestas,
ni golpearé la espalda de la tierra dormida
con ardientes meteoros y colas de cometas.
No fundiré perfiles de las cosas pequeñas
que guardan la semilla de mi brillante cosmos,
ni sembraré en el mundo castigos y tragedias,
ni execrables momentos de cosas en trastorno.
Estaré en la armonía, con sonrisa oportuna,
pegado a los vitrales históricos del tiempo;
recordando praderas donde la virgen bruma
a nadie permitía ver las puertas del cielo.
Con gesto reposado, con cara alucinada,
buscaré manifiestos de los últimos pactos;
sin poder explicar los estados del alma
que jamás encontraron caminos en los campos.
No trataré de hallar desvanecidos puertos
al ir por el recinto de las grandes estatuas;
todo habrá terminado sin grandes argumentos;
entre riñas triviales e inútiles batallas.