Como si de un gemido del mismo Dios de tratase, se estremeció la tierra en tan sólo un segundo de vida.
Por in instante todo quedó estático, inmóvil, nada parecía tener sentido y la petrificada vida sólo se contemplada a través de una rápida e inquieta respiración que parecía estallar de un momento a otro.
La crueldad de los sueños parecía haber recobrado vida en un mismo tiempo, era impensable un hecho así, ni tan siquiera era imaginable un sentimiento igual…todo se desdibujada sobre la sonrisa sarcástica de una mirada burlona que parecía anticipar todo lo que sucedería.
Esa fue mi primera impresión, mi primer impacto de realidad, mi primer contacto con la nada. Esa nada que desprende fuego desde las entrañas y mina lenta, muy lentamente la alegría de todos los sueños rotos.
Así fue y así comenzó el camino para recobrar cualquier pieza, por pequeña que esta fuere, superviviente al estallido de lo que parecía infranqueable.
Durante mucho, mucho tiempo, la desesperación se apoderaba del alma, cuajaba de forma simplona al sumergirse en la miseria ¡parecía acogerte como si de tu propia casa se tratase!. ..pero el tiempo era el enemigo de la nostalgia y deambulaba cada noche entre las sábanas del cariño esperando una respuesta que pudieses acallar tanto dolor.
Las horas pasaban, los días se seguían, los meses parecían no tener fin…y los años eran el tortuoso desafío de lo vivido. De un momento a otro, te contemplas viviendo en un cuerpo que no tiene vida, manteniendo conversaciones que no te interesan y evitando cada resquicio que te hiciese retornar a aquel instante.
Si, aún recuerdo hoy con exacta perfección cada desconsolado latido, la aflicción de la impotencia, la angustiosa espera de una tormenta negra y la ceguera del destino.
Pero de todos los momentos más difíciles, tan sólo el sentimiento de formar parte de la nada, se había convertido en el enemigo más temido para mí.
Tardé meses en descubrir que la única pieza superviviente a la catástrofe, fue la piedra de la vida. Esa piedra que funciona como centro y eje de las relaciones humanas.
De repente un día al despertarme, descubrí como había perdido el control de la única pieza que guardaba en el armario. Había pensado moldearla, cambiarla y adaptarla quizás a otras figuras que pudiese encontrar el camino, pero no…ella había decidido por si misma comenzar a andar su propio destino.
El llamado eje angular de la vida había decido comenzar por buscar en los resquicios del alma…sí…en los resquicios del sufrimiento que tanto me había esforzado por enterrar, por ocultar a mis ojos y a los ojos de los demás.
A partir de ese momento decidí dejarme arrastrar por el impetuoso destino para el que ya no me quedaban fuerzas para combatir.
Era consciente de mi gran debilidad, de como la apatía galopaba por mis venas.
Esa fuerza interior de la que tanto había alardeado en otras ocasiones parecía no haber recorrido nunca mis entrañas, parecía que nunca hubiese transitado los pasillos de mis venas, como si nunca hubiese conocido la fuerza del orgullo, como si mi sangre terminase de alterarse para llegar a ser tan sólo un vaso de agua tibia.
Todo progresaba, todo avanzaba…mientras…yo, permanecía inmóvil para contemplar como el mundo crecía para empequeñecerme cada segundo más.
Por fin un buen día al levantarme comprendí lo que la vida quería ofrecerme.
Había estado luchando en un espacio sin espacios, en un laberinto ficticio, en una obscuridad donde sólo existía luz, marginada en una soledad que buscaba y rendida sin apenas haber luchado.
Comprendí que la vida es tan sólo la vida que nuestro cuerpo nos regala cada día y que sólo ella nos ofrece las maravillas de este mundo. Comprendí que los sueños son sólo la ilusión que disfrazan nuestros días, pero que nunca debemos quedarnos atrapados en ellos.
BESOS
