LOS ÚL!@#*!S AMIGOS (… o cómo poner fin a tu velada en ausencia de Prozac)
En mitad de la cena, con la mirada perdida, se concedió una copa de vino y, exhibiéndola, se puso en pie sobre su silla. Desde allí, reivindicó el derecho a la eutanasia para las enfermedades del alma. Por ellas propuso un brindis; y el silencio se adueñó de una velada que convirtió en su función.
Ante todos conmemoró que su misión fuera llenar los colectores de sus vidas de lágrimas intensamente rojas. Y que se arrepentía de no haber vivido siempre con los ojos cerrados.
Acto seguido rompió la copa y, sirviéndose de sus pedazos, los abandonó. En su presencia y para siempre. No hubo postre.