¿Somos como nos ve la gente en cada momento, en cada circunstancia determinada?
Esta es la historia de un hombre que vivía solo en una isla. Llevaba tanto tiempo así, que le había puesto nombres a los árboles y hablaba con ellos. A cada tipo de árbol le había añadido una personalidad y, según su estado de ánimo, hablaba con uno o con otro.
Un día estando hablando con uno, se llevó la sorpresa de que le contestó otro distinto. Su primera reacción fue darse la vuelta hacia él y decirle: ¡No estoy hablando contigo! Hoy no tengo ganas de hablar en serio. El árbol le respondió que él tampoco, que tenía ganas de hablar de bromas, de contar chistes. El náufrago le respondió que eso no podía ser, que él era para hablar de cosas serias, incluso levantando el tono de voz añadió ¿Acaso no te acuerdas de lo que hemos disfrutado de nuestras conversaciones sobre la vida, el ser humano, el amor y todo eso? El árbol se quedó callado durante unos segundos y le replicó: A mí también me gusta gastar bromas y reírme, como a ti. Esto lo dijo con una voz triste que el hombre percibió perfectamente. Como le apreciaba, le dijo rápidamente, apenado, al árbol: Pero si siempre hemos hablado en serio y te gustaba. El árbol respondió de nuevo, diciéndole que a él también le gustaba pero que no siempre era así, que hay momentos para cada tipo de conversación.
Después de un largo silencio, el hombre se giró al primer árbol y le preguntó: ¿No te gusta a ti hablar siempre de cosas superficiales como estábamos hablando antes de que nos interrumpiesen, y gastar bromas y reírnos? Para sorpresa del hombre, el primer árbol le respondió negativamente. Le dijo que no, que sólo lo hacía con él.
El hombre estaba empezando a estar incómodo. Él les había inventado, él les había puesto nombres y él les había asignado una personalidad a cada uno ¿Por qué ahora querían cambiarlo todo? Estaba acostumbrado a esto. De pronto decidió hablar a todos y exponerles esto que acababa de pensar.
Uno de ellos, el más anciano, le respondió: No humano, no. Estás muy equivocado, nosotros ya existíamos antes de que llegases aquí, nosotros ya hablábamos antes de que nos oyeses. Nosotros hablamos todas las noches, mientras duermes, de nuestras cosas. ¡Claro! Que alguno de nosotros es más serio, otro más culto, otro más simpático pero, todos tenemos un poco de cada característica que nos has asignado. Lo que pasa que tú, sólo has querido ver esa que nos has puesto en tu imaginación y por eso, solamente ves esa faceta. Todos tenemos muchas facetas y entre nosotros, que llevamos mucho tiempo juntos y no tenemos secretos, mostramos todas.
El árbol anciano añadió: Y esto que te acabo de decir, creo que lo digo en nombre de todos. Al momento, todos los árboles manifestaron su conformidad. Incluso uno, el más pequeño de todos, aquel que el hombre vio nacer. El hombre se dirigió a él y le dijo: ¿Tú? ¿Tú? ¡Pero si a ti te he visto nacer y crecer!. Todavía no estabas aquí cuando llegué. El árbol joven le respondió: Mira buen hombre, tú que te sientes como mi padre porque me cuidaste desde que empecé a brotar, me asignaste la función de niño, esa era mi característica para ti, ser el bebé. Por eso conmigo has sido más ciego que con nadie. No solamente no te das cuenta de que crezco, sino que ni siquiera me has dado una forma de ser, simplemente me has visto como el pequeño. Quizás hasta me hayas cuidado y querido más que a ninguno pero, no te has dado cuenta de que tengo mi propia personalidad, mi carácter y por eso, nunca has querido saber realmente de mí.
El anciano volvió a tomar la palabra y añadió: ¿Acaso tú no reúnes todas estas facetas pero compartes con cada uno de nosotros, una determinada?
Desde ese día, el hombre nunca más se sintió solo.
Que cada uno interprete lo que le parezca pero, creo que sí que estaríamos menos solos si entendiesemos lo que le dijeron al hombre los árboles ¿No?
Marel