Escribir versos, para mí
no es algo fácil y espontáneo.
No es ir de copas,
o comprarse un helado
ni es ir al cine o jugar a las quinielas, es decir,
no son los hechos habituales, normales de la vida.
Ni tampoco los confecciono en serie
como los cigarrillos de Philipp Morris.
Tengo
simplemente
cierta costumbre no más, un cierto hábito.
Hoy
obtener algo cuesta poco
Estamos acostumbrados
a tenerlo todo ya,
"in this society that facilities numerous trade companies".
El recorrido es fácil... tecla, botón, llamada, robot,
todo está programado, dispuesto a consumirse.
Te lo llevan a casa
por internet.
Y escribir versos
no es repartir circulares,
ni propaganda en los buzones
ni octavillas por helicóptero,
porque pudiera parecer que fuera un acto más
que se produce fácil
como ir a buscar el pan
o la leche para el café.
Escribir versos
es dar proporción a un sentimiento,
elevarlo, tallarlo, permanecerlo, y eso
cuesta un esfuerzo, dolor a veces.
Eso no es cualquier cosa, como echar un piropo
o sonreir a un cliente.
Escribir
es toda una aventura
donde hay que pelear con una página en blanco,
estando solo en la arena del circo
ante un montón de fantasmas que se escurren
y se burlan o te hacen caer.
Es ponerse a navegar sin velas
o sólo con un remo.
Es sujetar la fuerza de un volcán
en palabras que digan,
que miren, que sonrían o que besen..
Y esto no es ir a una tienda donde revelen fotos
o alquilar una película en un vídeoclub.
Escribir versos
es torearle a la emoción más cruda.
Es saberla frenar,
darle la vuelta, girarla,
domesticarla.
Es escalar
una montaña en solitario
bajo una gran tormenta
y llegar hasta arriba
sin que te vea nadie
o sentir con palabras la tristeza
de alimentarse
de las migajas de amor
que se caen de la mesa de los demás
y esto a veces
cuestan lágrimas y tiempo
de soledad.
Es sacar una pena imposible
agarrada a las sombras del alma
y vestirla y sacarla a la calle
para que alguien la mire
y le seque las lágrimas.
Y yo no escribo versos
por conquistar alguna fémina,
seducirla entre seda de palabras,
ponerle al borde de su boca
los sueños imposibles
que no pudieron serle.
Es algo
más hondo, mucho más.
Tanto,
que duele ver
que la gente sólo vea
unas líneas bonitas clausuradas
y que además, después
las ves poco a poco
que se te van cayendo,
desvaneciéndose,
que se te pierden arrugadas entre manos
que no conocen
ni de dónde salieron ni por qué,
sin siquiera leerlos de verdad
y que al final se mueren distanciados
como también se muere todo lo demás,
como el millón de luces y de chispas
de fuegos artificiales
que explotan en un clímax
y que descienden luego
lentamente,
y antes
de llegar al suelo
se vuelven ya cenizas.
No,
escribir versos
no es tomarse una caña
o comprarse un reloj en un bazar,
aunque también de todas estas cosas
se pueden hacer versos ¿por qué no?
midiendo,
rimando y construyendo
pareados, tercetos,
cuartetas, serventesios,
coplas, sonetos y demás
con andamios, cemento,
ladrillos y pozales
grúas, niveles, pinturas, arquitectos...
Pero a mí...
me duelen cuando brotan
del vientre de la tierra
o me desbordan
cuando vienen de pronto de otro mundo
para abrirte la luz de otra verdad.
y tienes que callar
para saber qué dicen
o esconderte quizá
porque no quieren ellos que les veas.
Escribir versos
para mí no es tan fácil.
Pero los versos me dan fuerza,
me conectan a todo lo que existe,
a la vida de todo el universo
hasta llevarme a veces
hacia otra dimensión.