Si no es a tu lado,
no concibo vivir.
Necesito tus caricias, tus besos, tus palabras
y ser estrechada con fuerza entre tus brazos.
Si no estas a mi lado,
no quiero dormir.
Deseo que mi cuerpo descanse junto al tuyo,
con mi mano en tu regazo y mi vientre sobre tu espalda.
Si no es contigo,
no entiendo el placer y el gozo de mi cuerpo.
No deseo ser acariciada
por nadie que no seas tú, mi esposo amado.
Una mirada tuya, una sonrisa
o el tacto de tu piel sobre la mía,
hacen que desee ser tuya, toda tuya, SOLO tuya.
Entre tus brazos me siento flotar, volar;
me siento viva, plena, mujer, hembra salvaje
y a la vez niña tierna, suave e inocente.
Antes de conocerte jamás supe
lo que era amar y ser amada de verdad.
Después de ti, no quiero ni pensarlo siquiera.
Cuando nuestros cuerpos se unen
arqueándose y serpenteando en la danza del amor,
a veces lenta y otras frenética,
todo lo demás desaparece.
Solo existimos tú y yo, yo y tú, solo nosotros.
Te siento tan dentro de mí
que es inimaginable ser más tuya y tu más mío.
Anhelo que siembres mi vientre con tu simiente
y que en mis entrañas se engendre el fruto de nuestro amor.
Cuando tus claros ojos se clavan en los míos negros,
cuando tu boca busca sedienta la mía,
cuando tus manos recorren todo mi cuerpo,
cuando haces brotar de mí un manantial de agua clara;
entonces sé que Dios existe.
Mi alma y la tuya se funden en paz,
con el equilibrio dulce y embriagador
que solo se siente cuando se ama desde dentro,
desde lo más profundo del corazón.