Ehmm... pss, solo me queda saludar a quienes se tomen la molestia de leer esto ^__^UUUU.... la verdad, no me gusta mucho la poesía, menos eso de seguir párametros o reglas, así que prefiero hacer escritos breves y tratar de expresarlo lo mejor posible sin seguir una semántica en especial =P... además, mis escritos son más bien de otro estilo, aunque no le hago el feo al romanticismo xD...
Aquí lo dejo, espero sea de su agrado o///oU...
Tú
Entre los tumultos de gente me abrí paso, echando mano de viejos comentarios desgastados con una pizca de cortesía e hipocresía; la muchedumbre solapaba mi verdadera intención, mirarte tan sólo una vez más.
Cada momento sentía más lejano tu calor de mi cuerpo, como si tu perfume se desvaneciera entre lágrimas de rocío invernal, aquel que se mece cual niño en las hojas rosas y marchitas de tu jardín, tan referente a ti como un vivo retrato a lienzo de oro.
La impaciencia invadía mi ser, la desesperación mi mente; entre la gente levantaba mi vista en un intento vano de hallarte, pero lejos de eso sólo observaba un sin fin de siluetas danzantes y platicadoras disfrutando de una romántica velada en el interior de tan majestuoso y cálido lugar.
Al haberme escapado de ese mar de confusión me sentía aliviado, pero pronto me hallé inmenso en un lúgubre y funesto abismo, oscuro ante mis ojos, inexplorado en mi conciencia, el sudor frío me decía que no te volvería a ver. Y sin más, una suave brisa cargada con un suave indicio de tu fragancia se enredaba en mi cuello arrastrándome lentamente hacia donde estaba la mujer de mis sueños, tú.
Y ahí estabas, sentada encima del marco de la fuente sollozante, reflejando en sus aguas el halo de luna y sobre ella tus rosadas mejillas. El marco era angelical, tu rostro un poema hermoso trazado entre luces de luciérnagas, tu figura un verso excitante y exquisito recitado por finos pájaros cantores.
Entre los matorrales busqué una rosa de color rojo esmeralda, tu favorita. Habiéndola hallado la corté de tajo, para después envolverla celosamente en un pañuelo con mis iniciales bordadas, aquel que tus tersas manos algún día tejieron con el único afán de robarme una sonrisa. Me acerqué con disimulo por tu espalda, cuidando de no ser sorprendido por ti. Paré justo detrás de ti, que continuabas embelesada por el magnificente cielo estrellado, sin siquiera percatarte de mi presencia. Pasé mi mano por encima de tu hombro, procurando hiciera contacto con tus bellos ojos claros, esos tan llenos de amor e inocencia que con el tiempo aprendí a amar. Volteaste rápidamente, algo desconcertada, con ese gesto tan lindo, distintivo de ti, tu pelo negro y largo meciéndose como cortando el aire circundante, para luego estrellar su acariciante ventisca contra mi pálida y helada cara.
En tu rostro se dibujó una sonrisa al instante, acentuando aún más el rubor de tus mejillas, provocando un brillo incandescente en tus ojos. Me dijiste hola, te respondí qué tal, y así empezó el triste final que he de relatar. Te veías tan feliz, tan radiante, completa en todo sentido, satisfecha hasta en el más mínimo aspecto, albergando sólo risas y cariño en tu interior. Preguntaste por mí, te respondí que continuaba solo; tú apaciguaste mi tristeza con una sonrisa, y así fui cayendo más y más en tu hipnótico mirar. Tomé tu mano, y de nuevo levantaste tu rostro como anticipándome un rotundo no antes de que yo siquiera exhalara una sola palabra. Te sonreí, de una manera sobreactuada, y solo te dije estar feliz por todo, el verte tan plenamente alegre era algo que me hacía sentir lleno de calma; fue entonces cuando de tu rostro cayó una fría lagrima por tu mejilla, la cual yo observé en su recorrido entero con mi voz entrecortada, sin ser capaz de decir nada.
Nuestros ojos se entrelazaron en una mirada exploradora, buscando ver algo más detrás de ese lugar donde se recrearon muchos de nuestros bellos recuerdos, pero a lo lejos se escuchó su voz, a la cual respondiste de inmediato. Seguí sin inmutarme, no hubo intención alguna en mí que intentase evitar lo inevitable. Volteaste de nuevo, me dijiste que te marchabas a lado de tu príncipe azul, y yo, tu fiel escudero, sólo pude asentir con una sonrisa llena de melancolía. Te pusiste de pie, te diste media vuelta, tomaste su mano, lo miraste como una mujer mira al hombre de su vida, y yo, te admiré por la luz que emanaba de tu ser.
Ahora me pregunto, qué hubiera pasado ¿si yo te hubiera dicho que te amaba? Si hubiese dejado la cobardía de lado y te confesase que no dormía gracias a ti, mis noches en vela pensándote junto a mí, abrazando mis frías sabanas soñando con el calor de tu cuerpo, despertándome cada mañana encandilado por el sol imaginando que fueras tú quién abriese las ventanas, para luego voltear y decirme buenos días con una sonrisa pícara e inocente, con tu sensual y virginal cuerpo cubierto sólo por una fina tela de color crema, moviéndose con el viento y acariciando tu blanca piel, aquella que yo habría de explorar cada noche con mis labios y manos.
¿Qué habría pasado si yo te lo hubiera dicho? No lo sé, nunca podré conocer la respuesta a tan grande incógnita. Ahora solo me queda esto, dedicarte mis versos, pensamientos y sentimientos, por que has sido tú, y eres sólo tú, la mujer que yo amo.