Dedicado a su ciudad del alma: parís
A la montaña he subido, dichoso el corazón.
Desde allí, enteramente, puede verse la ciudad:
Purgatorio, lupanares, infierno, hospitales, prisión.
Toda desmesura florece allí como una flor.
Y tu sabes ya, ¡oh Satán!, dueño de mi aflicción,
Que no subí a derramar lágrimas vacías,
Sino que, como viejo lascivo con su vieja amante,
Así quería embriagarme de la enorme ramera
Cuyo encanto infernal rejuvenece mi vida.
Ya sigas dormida entre las sábanas del amanecer,
Pesada, oscura, resfriada; o ya te engalanes
Con los velos de la noche recamados de oro fino,
Te quiero, ¡oh infame capital! Vosotras, cortesanas,
Y vosotros, bandidos, a menudo brindáis placeres
Que el vulgo profano no sabe comprender.
Ch. Baudelaire