Yacía ahí en medio del asfalto, con la sonrisa en la boca y los ojos brillantes, llenos de luz a pesar de que el pulso ya no latía en su delicada muñeca. El la miraba desde lejos, lloraba, no atinaba aún a reaccionar de la avalancha de sentimientos que en remolino habían ocasionado aquel desenlace. De algo si estaba seguro, ahora ella no sería de nadie más, solamente suya. Pero al mismo tiempo esta sola idea le atravesaba el alma, Ya no la vería así, en su natural esencia, una muerta loca por la vida, ella la que siempre le había amado, que siempre le sonreía y llenaba su oscuridad con millones de matices, ella a quien siempre había negado su amor por la comodidad de seguir en sus penumbras, de dudas, de dogmas, de parálisis, de falsa libertad, de eterna y confusa soledad.
Apenas adolescente, ella, distinta como era a todo lo terreno, había reparado en él. Había intentado un acercamiento, mas como siempre el le había rehuido la mirada. Ese sentimiento ambiguo de aversión y necesidad de ella al mismo tiempo le sacaban de quicio y prefería mantenerla lejos que cerca. Sin embargo, ella no le olvidaba. Vivía si, contrariamente a lo que él podía ofrecerle, ella vivía, ella acariciaba cada minuto de cada uno de sus complicados días. El gustaba de observarla en su rutina diaria que casi siempre tenía algún toque estridente con el que ponía color en el lienzo monótono del levantarse, comer, trabajar, dormir, lavar, planchar, mirar, escuchar, hablartodos los verbos los conjugaba a pedir de boca con una sonrisa o unas refrescantes lágrimas que de cuando en vez, saciaban su eterna sed de amor no correspondido.
Alguna que otra vez, había sido sorprendido en este afán por esos ojos frente los cuales se sentía desnudo, desarmado. Él, tan poderoso, tan temido, tan desconocido, tan oscuro, ante esos ojos que eran toda sonrisa y esa sonrisa cuya suavidad vencía cualquier dureza, se sentía indefenso, un libro abiertosin duda le temía, temía su amor, temía amarle también y ser prisionero de su ternura.
Y así, muchos días, meses, muchos inviernos, muchas primaveras pasaron, ella se hizo mujer, esposa, madre, pero a el, su primer amor, no olvidaba. Y de vez en cuando le buscaba en su oscuridad inundándola con su luz , le hablaba, lloraba, le pedía tomara su mano, le sonreía y entonces él no atinaba más que a herirla para alejarla, para devolverla a la vida, la deseaba así, una muerta loca por la vida, una muerta porque su corazón le pertenecía y sólo por un trastoque de dimensiones desconocidas ella se encontraba en el mundo de los vivos siendo de La Muerte la amante eterna.
Los sonidos de las sirenas le devolvieron al cuadro fatal y entonces lo divisó, era él, era ese hombre, el culpable de todo, el que había aparecido en la vida de ella para alejarla, el único que había podido amarla con su misma intensidad y sin miedo Él, que ahora lloraba abrazando su cuerpo inerte, que podía recorrer con sus dedos aquel rostro de nácar y aquellos labios rojo pasión que aún sonreían y no perdían color. Él, que se miraba en esos ojos que pese a La Muerte aún brillaban de amor.
No pudo soportar más y corriendo se devolvió a sus sombras. Ahora era suya si, no del otro pero poseyéndola la había perdido del todo. Ya no podría observarla ni de lejos ni de cerca, ni siendo suya ni siendo de otro. Primero había sido su propio temor el que la había arrojado a los brazos del otro, de aquel que no tuvo miedo y pudo amarla sin medida, Luego fueron sus celos los que la empujaron debajo de aquellas ruedas que pasando sobre sus sueños le habían quitado la vida más no la ilusión. Ahora estaba muerta por completo pero vivía más que nunca pues había sido amada, correspondida y tan sólo por ese mágico momento, su perfume, su recuerdo, la sinfonía de todo su ser permanecería en del otro lado del muro, con aquél que no se había negado a sentir a plenitud por ella. Para si, para La Muerte, simplemente había quedado una tenue sombra de ella, lacónica ausencia presente de aquella que siempre fue..una muerta loca por la vida, ella, cuyo cuerpo había cruzado el muro hacia La Muerte pero había dejado su alma prendida de la vida en el amor que siempre atesoraría su recuerdo, un recuerdo que siempre sería una forma de reencuentro, un reencuentro que ni La Muerte podría evitar y es que de amor se vive, no se muere.
Maely
Yo no sé si ella al fin triunfará
Yo no sé si los muertos resucitan
Sólo sé que su poder está
en el brillo de tus miradas indecisas...
(Matilde Casazola)
Yo tampoco sé Matilde, sólo sé que sí... soy un muerta loca por la vida y aún espero, como much@s