El rostro del abismo
cruel, desgarrado entre las flores,
se disipa en el viento,
con afligida delicadeza.
Como vástago nocturno
de mi más húmedo alarido;
en la negra inmensidad
que se escapa entre mis dedos.
Y la luna, triste hermana y cómplice,
testigo de mi sangre, de mi miedo,
sólo observa impotente
desde el cielo, ausente.
Y como si de entre las raíces
De mi alma sesgada, en fuego aparece
la mano que me arrebató
aquello que un día fue mío.
Cruje el estrépito, crepitante monstruosidad
que en mi corazón habita
fragmentado por el silencio
de un reflejo plateado en mi mejilla.
No tengo apenas fuerzas,
oculto bajo una triste sonrisa
mi verdad, ¿a quién le importa?
Sólo es un rostro sin vida.